REVISTA ESTUDIOS CULTURALES: Valencia, Universidad de Carabobo, Doctorado de Ciencias Sociales mención Estudios Culturales. Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Carabobo. N° 23, 2017.
José Urbina Pimentel
Universidad Católica Cecilio Acosta
Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Noviembre - 2017
Resumen
La ruptura con el orden colonial en el
territorio de la Capitanía General de Venezuela, como resultado del proceso de
independencia, trae consigo la gestación de un estado de caos e incertidumbre
generalizado, en el cual se impone el fenómeno del Caudillismo. En este
artículo se plantea, como surge entonces durante el siglo diecinueve, el
comprometido aporte del sector intelectual, a través del desarrollo del arte y
la literatura, para forjar las bases de un imaginario cultural republicano, que
permite el reconocimiento y afianzamiento de un ideal nacional, simbolizado en
el sentimiento colectivo de la venezolanidad.
Palabras
claves: Imaginario Cultural, Patrimonio Histórico, Identidad Nacional, Venezolanidad.
Introducción.
Las características que definen la
venezolanidad, ha sido un tema de interés para investigadores de la cultura y
la historia nacional durante años, tomando en cuenta, la simbología y el
patrimonio con los cuales se relaciona y se ha definido a través de su proceso
evolutivo como república independiente. Venezuela, al igual que el resto de
países latinoamericanos, es una nación relativamente nueva, con un pasado
colonial temporalmente más extenso, y un proceso prehispánico que se remonta a
miles de años, y que plantearon la génesis cultural para un mestizaje y un
sincretismo que hoy la caracteriza. De manera tal, que la búsqueda de un
sentido de cohesión colectiva nacional ha sido el producto de la participación,
el empeño y los aportes de diferentes sectores de la sociedad venezolana,
incluyéndose instituciones y particulares.
La búsqueda de un
imaginario cultural venezolano.
La
independencia de Venezuela desarrollada a principios del siglo XIX y que
conlleva a la creación del Estado Nacional en 1830, significa una ruptura con
el orden colonial establecido durante tres siglos por la Corona Española en el
territorio conocido inicialmente por Colón como Tierra de Gracia desde el siglo
XV.
Las
diversas estructuras políticas, jurídicas, económicas, sociales y culturales
responden durante toda la época colonial a una serie de pautas definidas,
impuestas y monopolizadas por los intereses del Estado imperial español, y que
estuvieron caracterizadas a lo largo del periodo, por una fuerte tendencia a la
estabilidad de la sociedad durante tal momento histórico.
Ahora
bien, la larga guerra emancipadora iniciada en 1811 y que culmina en 1823, con
la toma de la plaza de Puerto Cabello “…el 8 de noviembre del mismo año, cuando
las fuerzas republicanas, mandadas por el general en Jefe José Antonio Páez, la
rindieron e impusieron una capitulación a sus defensores” (Bencomo, 1992: 399),
corta abruptamente con el funcionamiento de la sociedad colonial, imponiéndose
como consecuencia una crisis socio-política y una anarquía gubernamental, que
se expresa a través del surgimiento del fenómeno del Caudillismo.
Es
así, que en la década de los años veinte del siglo decimonónico, se produce el
triunfo de la causa patriótica, concretamente con los últimos enfrentamientos
que se desarrollan en suelo venezolano, a partir de la Batalla de Carabobo de
1821, los cuales implican un fuerte golpe que desgasta a las tropas realistas y
se mantendrán con una tímida presencia en el suelo venezolano, tomando algunas
ciudades, hasta su derrota total en 1823 y la incorporación del territorio al
proyecto grancolombiano en calidad de Departamento, el cual tiene su génesis ya
en 1819 en Angostura por iniciativa de Bolívar.
Posteriormente, una serie de fuertes contradicciones, oposiciones e
intereses políticos regionales y caudillescos conducen a la república amplia
ideada por Bolívar a su desestabilización y desaparición entre 1829 y 1830.
Surge entonces el Estado venezolano, cuando “…el 13 de enero de 1830, se
constituyó un gobierno provisional, presidido por Páez…” (Rodríguez, 1992: 13),
que se oficializa meses después en octubre, al ser sancionada la Constitución
de 1830, oficializándose la República de Venezuela. Debe considerarse que la
historiografía nacional, no le ha brindado la relevancia necesaria a estas
fechas, que forman parte esencial del nacimiento del Estado-Nación.
Ahora bien, los cambios que se producen con la emancipación van más allá
de lo político, ya que para la población es una situación totalmente novedosa y
radical, luego de una larga tradición colonial de tres centurias. La sociedad
colonial tiene como característica fundamental una gran estabilidad en el
funcionamiento de todos sus órdenes, además de mantenerse profundamente apegada
a un pensamiento basado en los rígidos valores de la fe cristiana, de la cual,
el Imperio Español desde la época de los Reyes Católicos, y sobre todo a través
del proceso de la Contrarreforma impulsada por Felipe II, se convierte en su más
férreo defensor.
Comienza
entonces la República, con la necesidad de edificarse, de materializarse y de
llenar un profundo vacío político, contrastante con la situación anterior.
Romper
con la Colonia implica un rechazo a lo hispano, no sólo en la relación
política, sino en lo cotidiano y vivencial. Al ciudadano común se le presenta
la única opción de adaptarse a nuevos tiempos. Pero, para la clase política,
los nuevos líderes, implica el reto de responder a la ardua tarea de emprender
la gobernabilidad política de un amplio territorio.
Existe
un problema: el enquistado fenómeno del Caudillismo. El caudillo es expresión
del caos y la anarquía al atomizar el poder: la autoridad de derecho reside en
Caracas representada por la figura presidencial y su legalidad constitucional,
pero de hecho, en cada localidad existe un jefe político, que impone sus
propias normas como dinámica socio-política-cultural. Toma la Constitución un
claro sentido de letra muerta.
En
fin, se hace imprescindible la construcción de una nueva nación sobre los
restos de un proceso anterior cuyas sólidas bases estructurales han sido
fuertemente resquebrajadas.
Dentro
de este ideal de forjar las características identitarias de la nación
(nacionalidad) en ciernes, se encuentran los aportes del sector intelectual y
artístico a través de la realización de una serie de obras fundamentales, y que
han trascendido en el tiempo para recrear el país ideal.
En
tal sentido, desde el plano literario como de la expresión plástica, aparecen
notables contribuciones que paulatinamente sumarán elementos para lograr el
arraigue popular, para la identificación de un colectivo con el sentirse
venezolano: es decir; el surgimiento de un sentimiento y un accionar que se
define como la venezolanidad, como base de la nacionalidad venezolana.
Un
conjunto de escritores, novelistas y poetas, historiadores, pintores y escultores
del siglo XIX, producen obras que engrosan el ideal venezolano. Es característico
el hecho de que en la producción intelectual y artística se exalta el valor
patrio y se utiliza una visión romántica que enaltece y magnifica los hechos de
la guerra de independencia, promoviendo el culto los héroes y el sentimiento
patrio.
A
principios del siglo XIX, la actividad literaria en Venezuela es limitada,
debido a que gran parte de los intelectuales se involucran directamente en el
proceso bélico; pero, sí se hace posible el desarrollo de un periodismo que se
basa en la defensa de las ideas libertarias; es importante recordar que, a raíz
de la llegada de la imprenta a Caracas en 1808, comienzan a importarse tales
máquinas hacia las principales ciudades y pueblos del territorio.
Durante
la época independentista va a destacar de manera importante la prolífica
actividad epistolar que redacta Simón Bolívar en el ejercicio de su función
como estadista y líder militar, así como en lo referente a sus relaciones
interpersonales; serían sus edecanes y más cercanos allegados, quienes
posteriormente se dan a la acuciosa tarea de recopilarlos como documentos
oficiales y memorias, tal el caso de Daniel Florencio O'Leary.
En
cuanto a la narrativa, predomina un estilo romántico, teniendo un carácter de
instrumento pedagógico y de construcción de la identidad nacional, apareciendo
en este sentido escritores como Eduardo Blanco, Manuel Vicente Romero García,
Juan Antonio Pérez Bonalde y Fermín Toro, entre otros.
Va
a destacar como responsable fundamental de la construcción épica, Eduardo
Blanco, con su "Venezuela Heróica" en la cual describe la epopeya
venezolana de la guerra emancipadora, cargada de poesía y subjetividad con un
interés manifiesto por encender el patriotismo entre sus contemporáneos y lo
cual va a trascender a generaciones posteriores. Blanco es contundente al
afirmar que “Sobre doscientos mil cadáveres levanto Venezuela su bandera
victoriosa; y como siempre en los fastos modernos, la República esclarecida en
el martirio se irguió bautizada con sangre.” (Blanco, s. f: 17)
En
sí, puede afirmarse que "Venezuela Heroica" viene a representar la
novela patriótica por excelencia, de este proceso dedicado a recrear y
enaltecer la independencia nacional.
También
tendrá una importancia fundamental en la construcción de la noción de la
nacionalidad venezolana, el surgimiento y desarrollo de una historiografía
republicana, que se plantea romper con el estilo impuesto durante el período
colonial, el cual se basa específicamente en las interpretaciones efectuadas, en
los primeros tiempos de la Colonia, por los cronistas y conquistadores, y más
adelante, por funcionarios de la Corona, que expresan la narrativa histórica
desde una perspectiva psicológicamente hispana, con el fin de explicar a
Europa, las realidades y vivencias de la colonia americana.
En
los primeros años de la República, durante la llamada Oligarquía Conservadora, bajo
la egida paecista, resalta la propuesta de Rafael María Baralt de investigar y
escribir sobre la historia y geografía de Venezuela, a petición oficial del
presidente Páez y de Agustín Codazzi, partiendo de la necesidad de construir
una historia patria, con una temática que brinda importancia primordialmente a
los hechos de la independencia, adentrándose en su valor heróico. “Así nace,
con la participación de Ramón Díaz Martínez, el Resumen de la Historia de Venezuela en 3 volúmenes, publicado en
1841 en París, adonde había viajado Baralt comisionado por Codazzi, para ayudar
a la elaboración y edición de los trabajos emprendidos.” (Rodríguez, 1992: 297)
Más
que historia crítica se escribe durante esta época, historia política, en la
cual el elemento romántico destaca e incentiva el amor por la patria y sus
héroes y sus hazañas. Participan además de esta vertiente historiográfica: Juan
Vicente González, Felipe Larrazábal, Felipe Tejera y el sacerdote y militar
José Félix Blanco. Este último obtiene el rango de prócer de la independencia
por su participación en la misma. Blanco, al principio con funciones de
Capellán del Ejercito Libertador, toma la decisión de dejar de lado la vida
eclesiástica, optando por la aventura castrense de comandar tropas; ya en sus
últimos años, se dedica a recopilar, organizar y comentar los documentos de la
independencia y la actuación pública de Bolívar.
Esta
postura historiográfica con sentido epopeyico, abre el camino para el posterior
surgimiento de una corriente positivista que busca en los hechos, el basamento
científico por encima de la subjetividad personal, y que tiene su confirmación
institucional con la creación en 1888 de la Academia Nacional de la Historia,
durante la presidencia de Juan Pablo Rojas Paúl.
Otro
aporte determinante dentro de este proceso integral de forjar una nacionalidad
pertenece a la pintura. En el período colonial dicha actividad plástica se
caracteriza por tener como centro de inspiración artística la religiosidad
católica, por lo que se hacen fundamentalmente representaciones pictóricas alegóricas
a escenas bíblicas como la natividad, la anunciación, la adoración de los reyes
o la crucifixión, entre otras.
Es
importante mencionar, que durante el siglo XVIII evoluciona una escuela
caraqueña, la cual viene a suplantar la importación de pinturas provenientes de
la Península Ibérica, o de las ya para la época reconocidas escuelas santafereña, quiteña,
limeña y cusqueña, para satisfacer la demanda de la Iglesia y de la clase
mantuana.
Con
la llegada de la Independencia, el tema de carácter netamente religioso cede
espacios a nuevos intereses artísticos. Va a ser determinante el aporte que
realiza Juan Lovera, pintor perteneciente durante gran parte de su vida al período
de la pintura colonial, pero quien en su condición de testigo presencial del
proceso en desarrollo, retrata los acontecimientos del 19 de abril de 1810 y 5
de julio de 1811, que a la larga serán sus cuadros más famosos. Lovera, quien
historiográficamente es reconocido como el pintor de los próceres venezolanos,
al retratar entre otros a Bolívar, Páez y Vargas, vive en la coyuntura entre
ambas tendencias artísticas.
Debe
mencionarse que Bolívar fue retratado por reconocidos pintores en diferentes
momentos de su vida, así como luego de su fallecimiento, dentro y fuera de
Venezuela. “También lo retrato el artista venezolano Juan Lovera, inspirándose
en el lienzo de Gil de Castro que poseía María Antonia Bolívar; uno de los
oleos de Lovera, que permaneció durante siglo y medio en manos de sus
descendientes, se halla hoy en la residencia presidencial La Casona…” (Uslar,
1992: 406)
Otro
pintor fundamental relacionado directamente con la emancipación fue Carmelo
Fernández, un sobrino de José Antonio Páez, con una tendencia eminentemente
paisajista. Fernández queda reconocido para la posteridad por realizar los
retratos más divulgados de Simón Bolívar, los cuales realiza luego de la muerte
del héroe.
Posteriormente
surge una generación de pintores que se encargan de recrear visualmente las más
importantes batallas de la independencia, entre ellos: Pedro Castillo, autor de
"Las Queseras del Medio”; Martin Tovar y Tovar con "La Batalla de
Carabobo" y "La Firma del Acta de la Independencia", además de
las pertenecientes a la denominada Campaña del Sur, como son
"Boyacá", "Junín" y "Ayacucho"; Cristóbal Rojas,
el autor de "La muerte de Girardot”; y Arturo Michelena quien plasma el
encierro y soledad de "Miranda en la Carraca". Paradójicamente, esa
imagen aportada por Michelena para la posteridad histórica y la memoria
colectiva de un Miranda preso en su celda de Cádiz, la hizo con el apoyo de un
modelo real, que no es otro sino Eduardo Blanco, el celebérrimo autor de la mencionada
“Venezuela Heróica”.
Son
obras que magnifican e idealizan una guerra en la cual las tropas no son tan
numerosas, ni tan bien uniformadas, ni tan bien armadas, por lo que parecen más
bien copiar escenas de las realidades bélicas europeas del momento, basadas en
las campañas napoleónicas, pero las cuales se convierten a la larga, en la
memoria gráfica del venezolano sobre la visión de la guerra independentista. De
manera tal, que estas pinturas retrotraen el imaginario colectivo de aquellos
años de lucha.
En
cuanto al arte escultórico, la independencia del territorio supone también una
ruptura con la tradición colonial de esculpir tallas netamente religiosas, dirigidas
a ambientar las iglesias y los acostumbrados espacios reservados a la oración
de las casonas particulares, en forma de nichos y altares.
A
mediados del siglo XIX se retoma el interés por rendir culto a la figura de
Simón Bolívar, luego de que su exilio y veto político propiciado por su
enfrentamiento con Páez, va a ser suspendido. Han transcurrido prácticamente
quince años, desde los tiempos de La Cosiata, en los cuales la idea, existencia
y afecto por Bolívar son proscritos del territorio venezolano, señalado bajo la
acusación de traidor a la patria.
De
manera tal que, en diciembre de 1842, el día 17, a los doce años exactos de su
muerte, llegan a Caracas los restos de Bolívar, repatriados por orden del
presidente Páez, comenzando de nuevo a ser reconocido como el Libertador y
Padre de la Patria.
Las
primeras esculturas de Simón Bolívar en Venezuela son realizadas por los
artistas italianos Pietro Tenerani, durante la época de las
historiográficamente llamadas Oligarquías Conservadora y Liberal, y por Adamo
Tadolini, quien contratado por Antonio Guzmán Blanco, erige en 1874, en la
Plaza Bolívar de Caracas, la Estatua Ecuestre de Bolívar, que sirve de marco de
referencia para imitaciones que comienzan a colocarse en otras plazas públicas
de ciudades y pueblos del interior del país. De hecho, anteriormente se
presentan varias iniciativas por hacer estatuas y bustos de Bolívar, mientras él
está vivo, las cuales no llegan a concretarse.
En
tal sentido, puede afirmarse que “La estatua ecuestre de Tadolini y la estatua
de Tenerani, de pie…han sido dominantes en la estatuaria del Libertador.”
(Caldera, 1995: 151)
Es
necesario mencionar dentro de esta génesis identitaria aupada por el sector
cultural, el rol cumplido por el Estado venezolano, al brindar carácter oficial
a la simbología nacional, decretándose en diferentes momentos históricos a la
Bandera, al Escudo de Armas y al Himno, como emblemas nacionales, es decir,
brindándoles la categoría de Símbolos Patrios.
Por
otro lado, la gestión modernizante y progresista de Guzmán Blanco debe ser tomada
en cuenta por su empeño en desarrollar una arquitectura majestuosa, palaciega,
marcada por su tendencia a imitar la estética urbana francesa, siendo el
Capitolio Federal y el Panteón Nacional los edificios más representativos de
este periodo.
Conclusión.
En
conclusión, el siglo XIX, republicano, caudillista y postcolonial es entonces
determinante en la construcción de un ideal nacional, en la búsqueda de
amalgamar los sentimientos de un pueblo que sufre la crisis mental y
sociocultural de la ruptura con un orden y un estilo de vida impuesto
tradicionalmente por más de tres siglos, sirviendo además para la posterior
consolidación de la identidad propia de un gentilicio que se viene llamando de
tiempo atrás "venezolano", enriqueciéndose y dinamizándose con los
aportes adquiridos de carácter mestizos, culturales, idiosincráticos de la
contemporaneidad.
Existe
en tal sentido, toda una infraestructura artístico-cultural que aporta además
de la fuerza y de la belleza de las ideas y de las palabras, así como del
recreamiento estético, una carga de valores subjetivos para unificar la
naciente república.
En líneas
generales, la estrecha relación cultura-arte-tradición como pioneros en la
construcción de un espacio colectivo: el ser y sentirse "venezolanos".
Reseña Bibliográfica.
Bencomo,
H. (1992) Revolución Independentista.
En: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, Venezuela, Fundación Polar,
Primera Reimpresión, Tomo III.
Blanco,
E. (s. f.) Venezuela Heroica. Caracas,
Venezuela: Bloque de Armas.
Caldera,
R. (1995) Bolívar Siempre. Caracas,
Venezuela: Academia Nacional de la Historia.
Rodríguez, A. (1992) Gobiernos de José Antonio Páez. En: Diccionario
de Historia de Venezuela. Caracas, Venezuela: Fundación Polar, Primera
Reimpresión, Tomo III.
Rodríguez,
O. (1992) Rafael María Baralt. En: Diccionario
de Historia de Venezuela. Caracas, Venezuela: Fundación Polar, Primera
Reimpresión, Tomo I.
Uslar,
A. (1992) Simón Bolívar. En: Diccionario
de Historia de Venezuela. Caracas, Venezuela: Fundación Polar, Primera
Reimpresión, Tomo I.