martes, 3 de junio de 2025

La literatura y el arte del siglo XIX en Venezuela y su influencia en la construcción de un imaginario cultural republicano.

 

Independencia de Venezuela

REVISTA ESTUDIOS CULTURALES: Valencia, Universidad de Carabobo, Doctorado de Ciencias Sociales mención Estudios Culturales. Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Carabobo. N° 23, 2017.

 

José Urbina Pimentel

Universidad Católica Cecilio Acosta

Universidad Pedagógica Experimental Libertador

Noviembre - 2017

 

Resumen

La ruptura con el orden colonial en el territorio de la Capitanía General de Venezuela, como resultado del proceso de independencia, trae consigo la gestación de un estado de caos e incertidumbre generalizado, en el cual se impone el fenómeno del Caudillismo. En este artículo se plantea, como surge entonces durante el siglo diecinueve, el comprometido aporte del sector intelectual, a través del desarrollo del arte y la literatura, para forjar las bases de un imaginario cultural republicano, que permite el reconocimiento y afianzamiento de un ideal nacional, simbolizado en el sentimiento colectivo de la venezolanidad.

Palabras claves: Imaginario Cultural, Patrimonio Histórico, Identidad Nacional, Venezolanidad.

 

Introducción.

    Las características que definen la venezolanidad, ha sido un tema de interés para investigadores de la cultura y la historia nacional durante años, tomando en cuenta, la simbología y el patrimonio con los cuales se relaciona y se ha definido a través de su proceso evolutivo como república independiente. Venezuela, al igual que el resto de países latinoamericanos, es una nación relativamente nueva, con un pasado colonial temporalmente más extenso, y un proceso prehispánico que se remonta a miles de años, y que plantearon la génesis cultural para un mestizaje y un sincretismo que hoy la caracteriza. De manera tal, que la búsqueda de un sentido de cohesión colectiva nacional ha sido el producto de la participación, el empeño y los aportes de diferentes sectores de la sociedad venezolana, incluyéndose instituciones y particulares.

La búsqueda de un imaginario cultural venezolano.

    La independencia de Venezuela desarrollada a principios del siglo XIX y que conlleva a la creación del Estado Nacional en 1830, significa una ruptura con el orden colonial establecido durante tres siglos por la Corona Española en el territorio conocido inicialmente por Colón como Tierra de Gracia desde el siglo XV.

    Las diversas estructuras políticas, jurídicas, económicas, sociales y culturales responden durante toda la época colonial a una serie de pautas definidas, impuestas y monopolizadas por los intereses del Estado imperial español, y que estuvieron caracterizadas a lo largo del periodo, por una fuerte tendencia a la estabilidad de la sociedad durante tal momento histórico.

    Ahora bien, la larga guerra emancipadora iniciada en 1811 y que culmina en 1823, con la toma de la plaza de Puerto Cabello “…el 8 de noviembre del mismo año, cuando las fuerzas republicanas, mandadas por el general en Jefe José Antonio Páez, la rindieron e impusieron una capitulación a sus defensores” (Bencomo, 1992: 399), corta abruptamente con el funcionamiento de la sociedad colonial, imponiéndose como consecuencia una crisis socio-política y una anarquía gubernamental, que se expresa a través del surgimiento del fenómeno del Caudillismo.

    Es así, que en la década de los años veinte del siglo decimonónico, se produce el triunfo de la causa patriótica, concretamente con los últimos enfrentamientos que se desarrollan en suelo venezolano, a partir de la Batalla de Carabobo de 1821, los cuales implican un fuerte golpe que desgasta a las tropas realistas y se mantendrán con una tímida presencia en el suelo venezolano, tomando algunas ciudades, hasta su derrota total en 1823 y la incorporación del territorio al proyecto grancolombiano en calidad de Departamento, el cual tiene su génesis ya en 1819 en Angostura por iniciativa de Bolívar.

    Posteriormente, una serie de fuertes contradicciones, oposiciones e intereses políticos regionales y caudillescos conducen a la república amplia ideada por Bolívar a su desestabilización y desaparición entre 1829 y 1830. Surge entonces el Estado venezolano, cuando “…el 13 de enero de 1830, se constituyó un gobierno provisional, presidido por Páez…” (Rodríguez, 1992: 13), que se oficializa meses después en octubre, al ser sancionada la Constitución de 1830, oficializándose la República de Venezuela. Debe considerarse que la historiografía nacional, no le ha brindado la relevancia necesaria a estas fechas, que forman parte esencial del nacimiento del Estado-Nación.

    Ahora bien, los cambios que se producen con la emancipación van más allá de lo político, ya que para la población es una situación totalmente novedosa y radical, luego de una larga tradición colonial de tres centurias. La sociedad colonial tiene como característica fundamental una gran estabilidad en el funcionamiento de todos sus órdenes, además de mantenerse profundamente apegada a un pensamiento basado en los rígidos valores de la fe cristiana, de la cual, el Imperio Español desde la época de los Reyes Católicos, y sobre todo a través del proceso de la Contrarreforma impulsada por Felipe II, se convierte en su más férreo defensor.

    Comienza entonces la República, con la necesidad de edificarse, de materializarse y de llenar un profundo vacío político, contrastante con la situación anterior.

    Romper con la Colonia implica un rechazo a lo hispano, no sólo en la relación política, sino en lo cotidiano y vivencial. Al ciudadano común se le presenta la única opción de adaptarse a nuevos tiempos. Pero, para la clase política, los nuevos líderes, implica el reto de responder a la ardua tarea de emprender la gobernabilidad política de un amplio territorio.

    Existe un problema: el enquistado fenómeno del Caudillismo. El caudillo es expresión del caos y la anarquía al atomizar el poder: la autoridad de derecho reside en Caracas representada por la figura presidencial y su legalidad constitucional, pero de hecho, en cada localidad existe un jefe político, que impone sus propias normas como dinámica socio-política-cultural. Toma la Constitución un claro sentido de letra muerta.

    En fin, se hace imprescindible la construcción de una nueva nación sobre los restos de un proceso anterior cuyas sólidas bases estructurales han sido fuertemente resquebrajadas.

    Dentro de este ideal de forjar las características identitarias de la nación (nacionalidad) en ciernes, se encuentran los aportes del sector intelectual y artístico a través de la realización de una serie de obras fundamentales, y que han trascendido en el tiempo para recrear el país ideal.

    En tal sentido, desde el plano literario como de la expresión plástica, aparecen notables contribuciones que paulatinamente sumarán elementos para lograr el arraigue popular, para la identificación de un colectivo con el sentirse venezolano: es decir; el surgimiento de un sentimiento y un accionar que se define como la venezolanidad, como base de la nacionalidad venezolana.

    Un conjunto de escritores, novelistas y poetas, historiadores, pintores y escultores del siglo XIX, producen obras que engrosan el ideal venezolano. Es característico el hecho de que en la producción intelectual y artística se exalta el valor patrio y se utiliza una visión romántica que enaltece y magnifica los hechos de la guerra de independencia, promoviendo el culto los héroes y el sentimiento patrio.

    A principios del siglo XIX, la actividad literaria en Venezuela es limitada, debido a que gran parte de los intelectuales se involucran directamente en el proceso bélico; pero, sí se hace posible el desarrollo de un periodismo que se basa en la defensa de las ideas libertarias; es importante recordar que, a raíz de la llegada de la imprenta a Caracas en 1808, comienzan a importarse tales máquinas hacia las principales ciudades y pueblos del territorio.

    Durante la época independentista va a destacar de manera importante la prolífica actividad epistolar que redacta Simón Bolívar en el ejercicio de su función como estadista y líder militar, así como en lo referente a sus relaciones interpersonales; serían sus edecanes y más cercanos allegados, quienes posteriormente se dan a la acuciosa tarea de recopilarlos como documentos oficiales y memorias, tal el caso de Daniel Florencio O'Leary.

    En cuanto a la narrativa, predomina un estilo romántico, teniendo un carácter de instrumento pedagógico y de construcción de la identidad nacional, apareciendo en este sentido escritores como Eduardo Blanco, Manuel Vicente Romero García, Juan Antonio Pérez Bonalde y Fermín Toro, entre otros.

    Va a destacar como responsable fundamental de la construcción épica, Eduardo Blanco, con su "Venezuela Heróica" en la cual describe la epopeya venezolana de la guerra emancipadora, cargada de poesía y subjetividad con un interés manifiesto por encender el patriotismo entre sus contemporáneos y lo cual va a trascender a generaciones posteriores. Blanco es contundente al afirmar que “Sobre doscientos mil cadáveres levanto Venezuela su bandera victoriosa; y como siempre en los fastos modernos, la República esclarecida en el martirio se irguió bautizada con sangre.” (Blanco, s. f: 17)

    En sí, puede afirmarse que "Venezuela Heroica" viene a representar la novela patriótica por excelencia, de este proceso dedicado a recrear y enaltecer la independencia nacional.

    También tendrá una importancia fundamental en la construcción de la noción de la nacionalidad venezolana, el surgimiento y desarrollo de una historiografía republicana, que se plantea romper con el estilo impuesto durante el período colonial, el cual se basa específicamente en las interpretaciones efectuadas, en los primeros tiempos de la Colonia, por los cronistas y conquistadores, y más adelante, por funcionarios de la Corona, que expresan la narrativa histórica desde una perspectiva psicológicamente hispana, con el fin de explicar a Europa, las realidades y vivencias de la colonia americana.

    En los primeros años de la República, durante la llamada Oligarquía Conservadora, bajo la egida paecista, resalta la propuesta de Rafael María Baralt de investigar y escribir sobre la historia y geografía de Venezuela, a petición oficial del presidente Páez y de Agustín Codazzi, partiendo de la necesidad de construir una historia patria, con una temática que brinda importancia primordialmente a los hechos de la independencia, adentrándose en su valor heróico. “Así nace, con la participación de Ramón Díaz Martínez, el Resumen de la Historia de Venezuela en 3 volúmenes, publicado en 1841 en París, adonde había viajado Baralt comisionado por Codazzi, para ayudar a la elaboración y edición de los trabajos emprendidos.” (Rodríguez, 1992: 297)

    Más que historia crítica se escribe durante esta época, historia política, en la cual el elemento romántico destaca e incentiva el amor por la patria y sus héroes y sus hazañas. Participan además de esta vertiente historiográfica: Juan Vicente González, Felipe Larrazábal, Felipe Tejera y el sacerdote y militar José Félix Blanco. Este último obtiene el rango de prócer de la independencia por su participación en la misma. Blanco, al principio con funciones de Capellán del Ejercito Libertador, toma la decisión de dejar de lado la vida eclesiástica, optando por la aventura castrense de comandar tropas; ya en sus últimos años, se dedica a recopilar, organizar y comentar los documentos de la independencia y la actuación pública de Bolívar.

    Esta postura historiográfica con sentido epopeyico, abre el camino para el posterior surgimiento de una corriente positivista que busca en los hechos, el basamento científico por encima de la subjetividad personal, y que tiene su confirmación institucional con la creación en 1888 de la Academia Nacional de la Historia, durante la presidencia de Juan Pablo Rojas Paúl.

    Otro aporte determinante dentro de este proceso integral de forjar una nacionalidad pertenece a la pintura. En el período colonial dicha actividad plástica se caracteriza por tener como centro de inspiración artística la religiosidad católica, por lo que se hacen fundamentalmente representaciones pictóricas alegóricas a escenas bíblicas como la natividad, la anunciación, la adoración de los reyes o la crucifixión, entre otras.

    Es importante mencionar, que durante el siglo XVIII evoluciona una escuela caraqueña, la cual viene a suplantar la importación de pinturas provenientes de la Península Ibérica, o de las ya para la época  reconocidas escuelas santafereña, quiteña, limeña y cusqueña, para satisfacer la demanda de la Iglesia y de la clase mantuana.

    Con la llegada de la Independencia, el tema de carácter netamente religioso cede espacios a nuevos intereses artísticos. Va a ser determinante el aporte que realiza Juan Lovera, pintor perteneciente durante gran parte de su vida al período de la pintura colonial, pero quien en su condición de testigo presencial del proceso en desarrollo, retrata los acontecimientos del 19 de abril de 1810 y 5 de julio de 1811, que a la larga serán sus cuadros más famosos. Lovera, quien historiográficamente es reconocido como el pintor de los próceres venezolanos, al retratar entre otros a Bolívar, Páez y Vargas, vive en la coyuntura entre ambas tendencias artísticas.

    Debe mencionarse que Bolívar fue retratado por reconocidos pintores en diferentes momentos de su vida, así como luego de su fallecimiento, dentro y fuera de Venezuela. “También lo retrato el artista venezolano Juan Lovera, inspirándose en el lienzo de Gil de Castro que poseía María Antonia Bolívar; uno de los oleos de Lovera, que permaneció durante siglo y medio en manos de sus descendientes, se halla hoy en la residencia presidencial La Casona…” (Uslar, 1992: 406)

    Otro pintor fundamental relacionado directamente con la emancipación fue Carmelo Fernández, un sobrino de José Antonio Páez, con una tendencia eminentemente paisajista. Fernández queda reconocido para la posteridad por realizar los retratos más divulgados de Simón Bolívar, los cuales realiza luego de la muerte del héroe.

    Posteriormente surge una generación de pintores que se encargan de recrear visualmente las más importantes batallas de la independencia, entre ellos: Pedro Castillo, autor de "Las Queseras del Medio”; Martin Tovar y Tovar con "La Batalla de Carabobo" y "La Firma del Acta de la Independencia", además de las pertenecientes a la denominada Campaña del Sur, como son "Boyacá", "Junín" y "Ayacucho"; Cristóbal Rojas, el autor de "La muerte de Girardot”; y Arturo Michelena quien plasma el encierro y soledad de "Miranda en la Carraca". Paradójicamente, esa imagen aportada por Michelena para la posteridad histórica y la memoria colectiva de un Miranda preso en su celda de Cádiz, la hizo con el apoyo de un modelo real, que no es otro sino Eduardo Blanco, el celebérrimo autor de la mencionada “Venezuela Heróica”.

    Son obras que magnifican e idealizan una guerra en la cual las tropas no son tan numerosas, ni tan bien uniformadas, ni tan bien armadas, por lo que parecen más bien copiar escenas de las realidades bélicas europeas del momento, basadas en las campañas napoleónicas, pero las cuales se convierten a la larga, en la memoria gráfica del venezolano sobre la visión de la guerra independentista. De manera tal, que estas pinturas retrotraen el imaginario colectivo de aquellos años de lucha.

    En cuanto al arte escultórico, la independencia del territorio supone también una ruptura con la tradición colonial de esculpir tallas netamente religiosas, dirigidas a ambientar las iglesias y los acostumbrados espacios reservados a la oración de las casonas particulares, en forma de nichos y altares.

    A mediados del siglo XIX se retoma el interés por rendir culto a la figura de Simón Bolívar, luego de que su exilio y veto político propiciado por su enfrentamiento con Páez, va a ser suspendido. Han transcurrido prácticamente quince años, desde los tiempos de La Cosiata, en los cuales la idea, existencia y afecto por Bolívar son proscritos del territorio venezolano, señalado bajo la acusación de traidor a la patria.

    De manera tal que, en diciembre de 1842, el día 17, a los doce años exactos de su muerte, llegan a Caracas los restos de Bolívar, repatriados por orden del presidente Páez, comenzando de nuevo a ser reconocido como el Libertador y Padre de la Patria.

    Las primeras esculturas de Simón Bolívar en Venezuela son realizadas por los artistas italianos Pietro Tenerani, durante la época de las historiográficamente llamadas Oligarquías Conservadora y Liberal, y por Adamo Tadolini, quien contratado por Antonio Guzmán Blanco, erige en 1874, en la Plaza Bolívar de Caracas, la Estatua Ecuestre de Bolívar, que sirve de marco de referencia para imitaciones que comienzan a colocarse en otras plazas públicas de ciudades y pueblos del interior del país. De hecho, anteriormente se presentan varias iniciativas por hacer estatuas y bustos de Bolívar, mientras él está vivo, las cuales no llegan a concretarse.

    En tal sentido, puede afirmarse que “La estatua ecuestre de Tadolini y la estatua de Tenerani, de pie…han sido dominantes en la estatuaria del Libertador.” (Caldera, 1995: 151)

    Es necesario mencionar dentro de esta génesis identitaria aupada por el sector cultural, el rol cumplido por el Estado venezolano, al brindar carácter oficial a la simbología nacional, decretándose en diferentes momentos históricos a la Bandera, al Escudo de Armas y al Himno, como emblemas nacionales, es decir, brindándoles la categoría de Símbolos Patrios.

    Por otro lado, la gestión modernizante y progresista de Guzmán Blanco debe ser tomada en cuenta por su empeño en desarrollar una arquitectura majestuosa, palaciega, marcada por su tendencia a imitar la estética urbana francesa, siendo el Capitolio Federal y el Panteón Nacional los edificios más representativos de este periodo.

Conclusión.

    En conclusión, el siglo XIX, republicano, caudillista y postcolonial es entonces determinante en la construcción de un ideal nacional, en la búsqueda de amalgamar los sentimientos de un pueblo que sufre la crisis mental y sociocultural de la ruptura con un orden y un estilo de vida impuesto tradicionalmente por más de tres siglos, sirviendo además para la posterior consolidación de la identidad propia de un gentilicio que se viene llamando de tiempo atrás "venezolano", enriqueciéndose y dinamizándose con los aportes adquiridos de carácter mestizos, culturales, idiosincráticos de la contemporaneidad.

    Existe en tal sentido, toda una infraestructura artístico-cultural que aporta además de la fuerza y de la belleza de las ideas y de las palabras, así como del recreamiento estético, una carga de valores subjetivos para unificar la naciente república.

    En líneas generales, la estrecha relación cultura-arte-tradición como pioneros en la construcción de un espacio colectivo: el ser y sentirse "venezolanos".

 

 

Reseña Bibliográfica.

 

    Bencomo, H. (1992) Revolución Independentista. En: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, Venezuela, Fundación Polar, Primera Reimpresión, Tomo III.

    Blanco, E. (s. f.) Venezuela Heroica. Caracas, Venezuela: Bloque de Armas.

    Caldera, R. (1995) Bolívar Siempre. Caracas, Venezuela: Academia Nacional de la Historia.

    Rodríguez, A. (1992) Gobiernos de José Antonio Páez. En: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, Venezuela: Fundación Polar, Primera Reimpresión, Tomo III.

    Rodríguez, O. (1992) Rafael María Baralt. En: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, Venezuela: Fundación Polar, Primera Reimpresión, Tomo I.

    Uslar, A. (1992) Simón Bolívar. En: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, Venezuela: Fundación Polar, Primera Reimpresión, Tomo I.

 

 


 


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